De la Madrid y el fraude de 1988
Octavio Rodríguez
Araujo
Falleció Miguel de la Madrid. Su muerte me
recuerda su vida como presidente y ésta la elección de 1988, su autobiografía y
la nota respectiva de The New York Times (NYT) en
2004.
La Jornada del 16 de marzo de hace ocho años decía: “La
democracia mexicana podría haberse desarrollado más rápidamente si no fuera por
‘la elección fraudulenta de 1988 y el respaldo acrítico de Washington a Carlos
Salinas de Gortari’, concluyó elNew York Times en un editorial
sobre las revelaciones de Miguel de la Madrid en su autobiografía.” El diario
neoyorquino añadió que “ante la evidencia temprana de una abrumadora derrota de
Salinas ante Cuauhtémoc Cárdenas, los dirigentes priístas le advirtieron de la
‘alarma’ que causaría entre los ciudadanos no proclamar un triunfo priísta.
Entonces De la Madrid, ‘presa del pánico, detuvo bruscamente el conteo de
votos, atribuyéndolo a una falla de las computadoras, y con audacia proclamó la
victoria de Salinas’”.
El entonces senador
Manuel Bartlett declaró al día siguiente que el editorial del rotativo
estadunidense era mal intencionado y antimexicano. Cuauhtémoc Cárdenas, en
cambio, demandó investigar a fondo lo ocurrido en 1988. En entrevista con
Renato Dávalos en La Jornada 17/3/04), Cárdenas, al referirse
a la autobiografía del ex presidente, señaló que cuando éste se percató de
que las tendencias electorales no favorecían al candidato priísta, Carlos
Salinas de Gortari, ordenó la suspensión del conteo de votos, responsabilidad
ésta del entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz. De la
Madrid, en entrevista con Zabludovsky, negó lo dicho por el NYT e
insistió en que él no ordenó que se parara el conteo de votos (ídem).
No hago mías las
interpretaciones del NYT, ni mucho menos las declaraciones de
quien fuera secretario de Gobernación con De la Madrid, pero de que hubo fraude
no me cabe duda alguna.
En 1988 la Comisión
Federal Electoral (ahora IFE) estaba dominada por el Partido Revolucionario
Institucional, 19 votos contra 12 de la oposición. El padrón electoral era
controlado por el partido del régimen, y en 1988 se calculó que entre 20 y 30
por ciento de su listado tenía irregularidades. El número de casillas fue
aumentado mediante las llamadas casillas bis, al extremo de que rebasó por
mucho el autorizado por la legislación. Hubo también boletas electorales
cruzadas en favor del PRI desde antes de las elecciones. Y así por el estilo.
Pero ahí no terminaron los elementos que hacían sospechar que aquellas
elecciones serían fraudulentas.
Las diversas
instituciones que informaron sobre el número de ciudadanos no se pusieron de
acuerdo: el Inegi calculó 44 millones de mexicanos en edad de votar, el
Registro Nacional de Electores informó, el 30 de noviembre de 1987, con el 82.8
por ciento del total estimado, la cifra de 36.3 millones, lo que significaba
que con el 100 por ciento los ciudadanos serían 43.72 millones. Para
Presidencia de la República el padrón lo componían 38 millones de mexicanos y
de acuerdo con los resultados electorales el listado completo era de 38
millones 74 mil 926. En una palabra, más de 5.5 millones de mexicanos fueron
rasurados del padrón o fueron impedidos de votar. Esta resta del padrón
significaría una ventaja para el PRI, pues entre menos votaran mayor porcentaje
obtendría este partido, pues los resultados electorales se calculan en relación
con la votación total.
El número de casillas
tampoco fue homogéneo. Según la fuente, ese número cambiaba, hasta alcanzar una
diferencia de 2 mil casillas. El abstencionismo, de acuerdo con las
declaraciones oficiales y la del presidente del PRI en la mañana del 7 de julio
(al día siguiente de los comicios), había sido abatido, pero no era cierto. El
13 de julio se anunció oficialmente que habían votado 19.1 millones de
ciudadanos, lo cual significaba una abstención de 49.72 por ciento, la más alta
conocida en una elección presidencial en los tiempos del priato (en 2003 y en
2009, bajo gobiernos panistas, hubo abstenciones más altas: 58.3 por ciento y
55.5 por ciento, respectivamente).
Los priístas tampoco
fueron consecuentes con sus propios datos. Jorge de la Vega, presidente de ese
partido, había dicho que su organización contaba con 12 millones de militantes,
pero sólo votaron por su candidato presidencial, según los datos oficiales, 9
millones 641 mil 329 mexicanos.
Pero lo más grave, que
luego quiso minimizar Bartlett, ocurrió con el cómputo de los votos, que era su
responsabilidad como secretario de Gobernación y como presidente de la CFE. Entre
el viernes 8 y el lunes 11 de julio se dieron los datos oficiales preliminares
de 29 mil 999 casillas, es decir, del 55 por ciento del total de las secciones
electorales. Pero no debe olvidarse que a las 17:15 horas del mismo día de las
elecciones, el 6 de julio, se cayó el sistema y que a partir de ese momento los
datos fluyeron vía telefónica (supuestamente) y que en la Secretaría de
Gobernación se vaciaron a la computadora sin que los comisionados de la
oposición pudieran enterarse del avance de las cifras.
Nada de esto se dice en
las memorias de Miguel de la Madrid. Nada de esto quiere recordar su ahora ex
secretario de Gobernación. Pero todos supimos que en el Colegio Electoral se
negó a los diputados el acceso a los paquetes electorales trucados (alrededor
de 25 mil) para que pudieran constatar el número de sufragios. Las cajas
electorales, en clara violación del Poder Ejecutivo a la soberanía del Poder
Legislativo, fueron resguardadas por militares (dependientes del presidente de
la República) y posteriormente quemadas. El gobierno incineró el cuerpo del
delito, con lo cual reconoció indirectamente que el PRI perdió la elección y
que Salinas de Gortari fue presidente gracias a un megafraude cometido por su
propia gente.
The New York Times pudo haber sido malintencionado (no me interesa
defenderlo), pero se quedó corto en su denuncia del fraude de las elecciones de
1988. Dicho fraude sólo ha sido superado por el de 2006 contra López Obrador,
pero de esto no dijo nada el NYT.
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