jueves, enero 05, 2012

De fácil respuesta : María Teresa Jardí



De fácil respuesta
Por María Teresa Jardí

Claro que es admirable la apuesta pacifista del Ejército Nacional Mexicano y es además, ciertamente de agradecer su lealtad al poder civil, aunque igual eso no sea mérito y en cambio forme parte del actuar de un Ejército integrado por hombres de bien que eligen esa carrera, como otros elegimos diferentes, por vocación de servir a la nación y al pueblo que se comprometen a proteger.
Es difícil responder a quién debe su lealtad el Ejército cuando se cambian los roles y en lugar de los ciudadanos son los poderes fácticos los que deciden a quién ponen, a quién quitan, quién se queda y quién se va. Pero igual es muy fácil responder a la pregunta que hacía ayer en una colaboración publicada en nuestro diario Javier Ibarrola: El Ejército Nacional tendría que ser fiel al pueblo que por mandato constitucional es soberano, incluso para quitar al que le sirve mal o de plano no le sirve y abusando del poder comete la cantidad de dislates, como señalaba Ibarrola, que en nuestro país han cometido en particular los dos últimos gobernantes surgidos de la derecha panista, entre otras cosas, porque la sociedad no ha aprobado la asignatura que la convierta en capaz de poner los candados necesarios para obligar a irse a los que no le obedecen en su única encomienda que es servir al pueblo a cambio de un muy, muy generoso salario, sin necesidad ni de robar ni de abusar ni de hacer negocios que tendrían que estar vetados para la clase política.
Habiendo tenido por jefe a un gafe en los últimos seis años que tocado deja al Ejército Nacional quizá para siempre cargando un desprestigio que no se debió prestar a cargar. A final de cuentas el 68 debió enseñarle a las Fuerzas Armadas que el desprestigio es una losa difícil de quitar. No se entiende ese afán de Ejército de continuar en la calle ¿haciendo qué? Porque eso de que se combate aquí la delincuencia es una farsa más. Delincuente es quien llega “haiga sido como haiga sido” a ejercer el Poder. Delincuentes son los que adueñados del poder han ido desarmando el entramado ético de todas las instituciones que propician el funcionamiento de la República soberana que hemos dejado de ser.


¿Para qué quiere seguir el Ejército en la calle? A menudo se olvida, en este país sin memoria, que “Los Zetas” surgieron de un grupo de elite del Ejército entrenado por los Kaibiles, a los que dicen, los que saben, que se les abrió las puertas por un general de mala memoria que con Fox ocupó cargos públicos importantes.
El Ejército, o más bien sus actuales cabezas, quieren seguir porque, entre otras cosas, no se le pide a un instituto armado dar protección a un cartel, combatiendo a los otros, sin que esa orden, inaceptable, cuando se acata, no corrompa también a esa institución, si no en su conjunto, sí por lo que toca a las cabezas que la orden, no atendible, aceptan cumplir.
Sacar a un Ejército es muy fácil. Regresarlo a su lugar de origen casi imposible. Los ejércitos se niegan a dejar las calles una vez que prueban el poder que les permite quitar la vida y perdonar la muerte.
Lo más imperdonable de Calderón —y vaya que son imperdonables los muchos miles de pobres ejecutados impunemente— es haber sacado al Ejército a la calle sin poner antes las reglas de funcionamiento, estableciendo los tiempos precisos de su actuar fuera de los cuarteles adonde pertenecen los militares como garantes de la soberanía de las naciones.
Incluso se hubiera podido entender como válida la obsesión de controlar el narcotráfico del ilegítimo recién llegado. Aunque luego también se habría evidenciado que todo era falso. Pero de entrada se habría podido entender si se hubieran tomado las providencias para regular la estancia del Ejército Nacional en la calle en funciones de policía, impidiendo, entre otras cosas, con la reglamentación, la proliferación IMPERDONABLE de grupos paramilitares.

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