Octavio Rodríguez Araujo
http://www.jornada.unam.mx/2012/11/08/opinion/024a1pol
Una vez más se habla de refundar el Partido de la
Revolución Democrática. La vez pasada se dijo lo mismo como consecuencia del
fracaso que tuvo en la elección federal intermedia de 2009, pero dicha
refundación quedó en el camino de las buenas intenciones.
Los motivos para llevarla a cabo eran más que sobrados.
En 2009, como PRD, no alcanzó siquiera 4.3 millones de sufragios. Si le sumamos
los votos de PT y Convergencia, que fueron parte de la coalición Por el Bien de
Todos, tres años antes, el total fue de casi 6.3 millones. Poco más de la mitad
de lo obtenido en 2006. Perdió 5.7 millones de votos, en tanto que el PAN
perdió 3.1 millones en el mismo periodo y el PRI arrasaba en todo el país, con
pocas excepciones.
La idea de su refundación quedó en el aire y en 2010 el
PRD perdió la gubernatura de Zacatecas en favor del candidato del PRI. De las
10 gubernaturas que se disputaron en 2010, el sol azteca no ganó ninguna. De
las seis elecciones de gobernador realizadas en 2011, sólo ganó Guerrero, y es
un decir, pues su aspirante sólo renunció al tricolor cuando tuvo
amarrada su candidatura en la coalición de las izquierdas. Perdió Baja
California Sur y Michoacán, que parecían ser fortalezas perredistas. Intentó
alianzas con el PAN en Nayarit, Coahuila y estado de México, pero al final no
pudieron concretarse.
En 2012, gracias a la candidatura de López Obrador a la
Presidencia, el PRD salió de su crisis y logró, con sus aliados, la más alta
votación de las izquierdas en la historia del país, aunque no ganara. Pero ahora
AMLO está tratando de convertir en partido el Movimiento Regeneración Nacional
(Morena) y, si nada sustancial cambia para 2015, las izquierdas estarán
formadas por cuatro partidos, uno de ellos el PRD que, como ya señalé, aspira a
refundarse en serio esta vez, de preferencia sin Marcelo Ebrard a la cabeza.
Todo indica que para las próximas elecciones no contará con López Obrador o un
líder semejante (que todavía no conocemos). Por lo que en esta ocasión su
refundación es, en buena medida, ineludible; de ella depende su credibilidad
entre sus bases y entre las corrientes (tribus), que no parece que vayan a
abandonar el partido.
A riesgo de equivocarme en mi interpretación, la tirada
del partido del sol azteca es afirmarse como una organización de centro-izquierda,
muy al estilo de la socialdemocracia europea, tipo Partido Socialista Obrero
Español o Partido Socialista de Francia. Es decir, un partido favorecedor de un
cierto igualitarismo social dentro del capitalismo (no sería anticapitalista),
de una importante intervención del Estado, sobre todo para regular la economía
(tema indispensable para lograr lo anterior) y ampliar la seguridad social, la
educación y el empleo.
De no equivocarme, salta una pregunta obligada: ¿en qué
se diferenciaría del Partido del Trabajo, de Movimiento Ciudadano y del mismo
Morena o como se llame de convertirse en partido? En muy poco. Tanto el PRD
como el PT dicen en sus documentos que aspiran al socialismo, pero en ningún
caso afirman ser anticapitalistas. Morena tampoco ha dicho ser socialista y no
estaría muy seguro de que el mismo López Obrador suscribiera un programa
socialista como se entendía antes en los partidos herederos del marxismo. Quizá
la diferencia podría darse en la relación de los dirigentes nacionales, estatales,
municipales y de distrito con las bases de sus respectivos partidos y con los
movimientos sociales incluso apartidistas. Es de pensarse que Morena, si
deviene partido, establezca una relación más democrática con sus bases y
simpatizantes, menos vertical, sin por ello perder la necesaria disciplina que
requiere todo partido que se precie de serlo.
Al PRD, hay que decirlo, le falta (le ha faltado) su
institucionalización como tal, es decir, ser una organización donde los
militantes antepongan sus intereses personales y de grupo al bien del partido.
Por momentos parece que sus corrientes internas (que bien se han ganado el
calificativo de tribus) no han entendido que si pelean entre sí se
debilitan a sí mismas y al partido, que si no están de acuerdo con otras no
deberían estar bajo el mismo techo, que todos los partidos tienen y han tenido
(incluso el PRI) corrientes y tendencias internas, pero que a la hora de los
trancazos se unen todas por un fin superior: fortalecerse y ganar. Nadie en su
sano juicio puede pretender que todos los militantes y afiliados a un partido
piensen igual y sean blancas palomitas. Son ciertos principios los que los unen
y los llevan a escoger al partido A y no al B o al C. Que habrá diferencias, no
caben dudas, pero así funcionan y han funcionado todos los partidos en su
historia. Los partidos monolíticos sólo existen en los regímenes totalitarios,
y no es esto lo que queremos para México. El chiste, como suele decirse aunque
sea tema muy serio, es que todos entiendan que las diferencias existentes se
posponen siempre para engrandecer a la organización, sea la que sea, y que las
luchas por ganar la hegemonía en ésta debe ser sobre todo política (léase
negociada), inteligente y sin descuidar la importancia de la organización a la
que libremente se adhirieron.
Insistiré en lo que he dicho desde hace mucho: a las
izquierdas les falta modestia en sus formas de actuar y ambición en sus
objetivos. A éstos debe subordinarse la organización; a aquella, a la modestia,
debe subordinarse la militancia personal y grupal. Si los dirigentes (de
cualquier nivel y ámbito) actúan para beneficio de los intereses que dicen
representar y no en el suyo propio, ganarán o no, pero siempre serán
respetados, aun por sus adversarios. Y no otra cosa se espera de los partidos
que se dicen de izquierda, y más todavía de los gobiernos que se asumen como
tales. Esto y, desde luego, su autonomía de los llamados poderes fácticos que
todo lo corrompen. La afinidad con estos poderes y su subordinación a ellos es
característica de la derecha, nunca de la izquierda si quiere merecer este
nombre.
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