Mal empiezan
María Teresa Jardí
http://www.poresto.net/ver_nota.php?zona=yucatan&idSeccion=22&idTitulo=203595
Si Peña y Videgaray o los dos, o el que piense entre ellos, se empeñan en
continuar con la guerra impuesta a los mexicanos por un individuo que no
entendió nada más allá del dinero que él, su familia y sus amigos se
embolsaban. Si como parecen indicar las declaraciones de anteayer de ambos
personajes, por cuanto a que ellos no están de acuerdo con la despenalización
de la droga relativa a la decisión de despenalizarla en algunos territorios
yanquis. Desde ya se le puede decir al PRI que la crónica les anuncia que el
desprestigio va a ser, como lo fue para Calderón, su único compañero de ruta.
Calderón no debe hacerse ilusiones ni siquiera de que los más beneficiados a lo
largo de sus seis años de ejercicio desmedido del poder que en unos días deja
al lado de la chaqueta militar que tan grande le quedara y la que anunciaba su
ausencia de respeto al único Ejército constitucional, al que deja tan
desprestigiado que incluso se puede pensar que está al borde de un precipicio.
Calderón acaba convertido en un genocida, al que van a negar, además de que se
van a convertir en sus mayores críticos, a manera de encubrir aunque sea algo
del desprestigio que los alcanza, los por él beneficiados. Y si no lo cree que
se lo pregunte a Carlos Salinas.
Se debe entender lo que significa el inicio de la despenalización de la droga
por parte de los yanquis. Lo que además de alguna manera ya se daba allá y por
eso los asesinados están aquí, para poder a cambio mantener el imperio el pie
metido en territorio mexicano.
El no entender que el tejido social rasgado no aguanta más rupturas anuncia
represión y mano dura, pero también desprestigio y, en un futuro no tan lejano,
castigo. El mundo se ha dado cuenta de que lo ocurre en México es un limpia
intolerable de pobres, incluso para las “buenas conciencias” representantes de
naciones en las diversas instancias internacionales con su doble moral a
cuestas.
El desprestigio que deja Calderón, tanto por lo que toca al Ejército nacional
como a la Marina, son tan brutales que no aguantan más descrédito esas
instituciones que deberían, a la brevedad posible, ser repensadas en todo su
quehacer.
Peña Nieto y los que lo acompañan deberían entender que su problema mayor está
en lograr el control de los grupos paramilitares que deja Calderón, como el
mayor de sus crímenes horrendos cometidos contra un pueblo que no lo eligió y
al que Calderón le cobró su llegada “haiga sido como haiga sido” que lo va a acompañar
mientras viva.
Podría pensarse que a los mexicanos no tendría porqué importarnos ni el
desprestigio de Calderón ni el del Ejército nacional ni menos aún el de la
Armada mexicana tan entreguista. Pero las consecuencias para la sociedad saltan
a la vista. Más de cien mil ejecutados impunemente son demasiados asesinados. Y
aunque no hayan ni siquiera merecido una acta levantada sobre su previa
existencia en la vida por parte de lo que será recordado como el más atroz de
los desgobiernos. Cada ejecutado tiene hijos, padres, hermanos, amigos... Y en
cada uno de esos círculos se encuentran los que han convertido a la ira en el
alimento que les ayuda a sobrevivir mientras pueden ver cumplido su deseo de
venganza. Y es justamente esto lo que se tendría que ir desarmando en los
próximos años en aras de que México pueda convertirse de nuevo en un país sano.
Tendrían que dejar de lado Peña Nieto y los que lo acompañen ese afán
protagonista de declaraciones diarias. Enrique Peña debería escuchar a la
sociedad por lo que toca a la implementación de la seguridad pública. Y se
llevaría, si así lo hiciera, una sorpresa de lo mucho que ganaría. En el
significativo esfuerzo del poeta Javier Sicilia está la única posibilidad de
reconstruir la paz para avanzar hacia adelante de nuevo.
Solamente con la fuerza social y el cambio de actitud a una diametralmente
opuesta al desgobierno que como genocida, a largo plazo, quizá, se podría
lograr la justicia, la paz y transformación democrática de México.
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