Rolando Córdera Campos
María de las Heras, in memoriam
No son como los legendarios capitalistas que dieron lugar
al apelativo de los Robber Barons, cuyos excesos llevaron nada menos que a Teddy Roosevelt,
presidente, imperialista y cazador, a intentar ponerlos en orden y a reinventar
el gobierno para darle al Estado americano otra vuelta de tuerca. Tampoco son
equiparables a los dueños del metal, el petróleo y el automóvil, que llegaron a
fraguar un golpe de Estado contra otro Roosevelt –Francis Delano–, pero que, al
final, hubieron de aceptar el trago amargo del Nuevo Trato, la sindicalización
industrial y el acuerdo nacional para la guerra, que al final de cuentas no les
rindieron sino pingües dividendos. No.
Se trata de otra especie, tal vez de otra clase, pero no
por ello menos rica o poderosa, a valor presente. Estamos frente a los
poderes indómitos de la economía, concentrados y articulados ahora por unos
medios informativos también concentrados, que no han encontrado en el Estado
que quedó del cambio estructural, de la revolución capitalista como la llamaran
algunos entusiastas, sino un facilitador o un aliado tributario. Nunca un
interlocutor siempre listo para apelar a la soberanía, o desplegar su capacidad
para poner en juego el monopolio legítimo de la coacción que es uno de los
atributos por excelencia del Estado moderno. Tal vez nos toca ser, como en el
pasado, heraldos de una época: ahora, la del fin del Estado nacional
democrático y la de la construcción del poder basado en la fuerza bruta o
simbólica, generalmente también bruta, indistintamente utilizadas según la
coyuntura o el humor del mandante.Blade Runner.
Uno de estos prototipos se apoderó hace unos años de un
cerro, porque ahí había instalaciones que le eran provechosas y el presidente
de entonces, apellidado Fox, sólo preguntó: ¿Y yo por qué?, para luego
entregarnos como fin de fiesta uno de los más bochornosos espectáculos de
entrega de los espacios nacionales. He aquí la fuente interminable, hasta
ahora, de la confusión mayúscula en que se encuentra el ejercicio
constitucional del poder del Estado en la materia. Confusión contra la que no
se bautizó el titular de la secretaría respectiva.
A la luz de lo acontecido en estas semanas, la antesala
de una nueva jornada reformista de la política democrática debería estar
abierta. No sólo nos hemos descubierto débiles para lidiar institucionalmente,
democráticamente, con el nudo gordiano del dinero, la política y los medios,
sino huérfanos para abordar como nación y como Estado el magno tema de la
comunicación social y política.
Incapaces de verlo y entenderlo como un asunto de interés
y bienes públicos de enorme trascendencia para la sociedad en su conjunto,
ahora tenemos que rendirnos a la evidencia de que el mercado y la regulación
sumisa no sólo son insuficientes para hacerlo, sino corrosivos del orden mínimo
que en este plano se requiere. Valorizar el uso del espacio aéreo no tiene por
qué significar reproducir en la galaxia el capitalismo salvaje que se apoderó
del país con la globalización neoliberal de fin de siglo.
Un país que no puede promover y regular sus
comunicaciones y hace del transporte público la arena del abuso y la
irresponsabilidad criminales, como ocurre con los remolques sobrecargados que
matan jóvenes, cuando no, simplemente, del saqueo privado, está condenado a
navegar a ciegas en la globalización incierta y azarosa del presente y el
porvenir cercano. El mundo es ancho y ajeno, solía decirse. Pero para nosotros
se ha vuelto lejano e ignoto, donde sólo los ignaros prevalecen.
Mal arranque para la nueva legislatura y el todo poderoso
y omnisciente gobierno que aguarda silente... ¿O ausente?
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