Cómo enfrentar esta
situación
Jorge Carrillo Olea
Calderón resultó un pésimo comandante en jefe
Felipe Calderón juró cumplir y hacer cumplir la Constitución, juramento que
olvidó y rompió seis días después al desatender la limitante que, aun como comandante
supremo de las Fuerzas Armadas, le impone el mandato del artículo 129
constitucional —“en tiempo de paz ninguna autoridad militar puede ejercer más
funciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar”— y
ordenar como mesías la invasión de Michoacán.
Calderón violó la Constitución, pero el aparente éxito de su blitzkrieg [guerra
relámpago] lo envalentonó y abrió otros frentes, ahora violando por lo menos un
principio de la guerra: la concentración de fuerzas de Klausewitz, sin tener
claridad sobre metas ni propósitos finales.
Hay que apuntar que todo su gabinete calló en ese momento. Nadie llamó a la
reflexión, a la cordura ante tamaño yerro. Privó el espíritu de “las que usted
ordene, señor presidente”, pero él tendrá en la soledad de la derrota que
afrontar la historia con el registro más siniestro de los últimos tiempos,
comparable sólo con el 2 de octubre: ¡hoy son 60 mil los muertos!
En su profunda ignorancia sobre la esencia y espíritu de lo que son las Fuerzas
Armadas, creyó que ser su comandante supremo era sólo un privilegio. Nunca
identificó que junto con aquel privilegio le correspondía un deber: mandarlas
con dignidad, procurando su bien moral, su superación profesional constante, su
firme respetabilidad ante el pueblo y su prestigio internacional. No, sólo se
preocupó por posar con aquella ridícula gorra y su desgajada chamarra. Esa
imagen desafortunada —por miserable— era como se veía él mismo. Era un
ejercicio psicológico de espejo, de su brevedad humana.
Calderón empezó por mandar mal a las legiones de la patria. Mal al privilegiar
en el trato al secretario de Marina y a sus flotas. Merecidísima cualquier
consideración a aquella respetada marinería, pero no pensó en los efectos:
dividir lo que históricamente se ha entendido como de mutuo y fraternal
respeto. Escindió lo que debería estar en ruta de ser indiviso, y con ello,
además de los desafectos mutuos provocados, minó la autoridad interna del
secretario de la Defensa Nacional. Las tropas quieren ser mandadas por un César,
por un fortísimo campeón. Quieren ver a su deseada fortaleza personificada en
él. Es la esencia del liderazgo.
Así, el comandante en jefe disfrutó de los honores pero la chingó con los
deberes. Dio lugar a ambiciones terriblemente irresponsables, incitó avaricias
proclives a la corrupción de la dignidad de mandar. Nunca fortaleció a quien le
apoyó en sus infortunadas aventuras, haciendo interpretaciones extremas del
deber de obediencia, mismo que hoy se ha puesto en duda por los encandilados
aspirantes. Lo humilló con irreflexivos elogios al almirante.
Provocó fracturas cuyos alcances no pueden preverse con certeza. Un producto
del libertinaje propiciado es que se está condicionando el nombramiento del
nuevo secretario de la Defensa Nacional. De serlo alguno de los mencionados,
llegará con un manoseo indeseable que deberá tener en cuenta él y Enrique Peña
Nieto para fortalecer su autoridad. El nuevo secretario deberá llegar con un
proyecto que saque a sus fuerzas de la desviación en que viven en muchos
sentidos, que son auspiciados porque por largos tiempos, quizá no hoy, todo se
resuelva por decisiones cupulares extralegales. La esencia militar no se
conflictúa con la ley, el orden, el sistema, la confianza y la serenidad
internas. Al contrario, filosóficamente su naturaleza las demanda.
¡Qué pésimo comandante en jefe resultó Calderón! Cuánto daño hizo, incluso a la
Marina, con esas exclusividades. Al interior de esas fuerzas, originalmente de
vocaciones navales, se despertó una ambición, sí, pero no por ello la gente
cuya vocación está en las ciencias del mar aplaude ser policía. Hoy en la H.
Escuela Naval Militar estudian más cadetes para policías que los que se
embarcarán y se envían educandos de grados elevados al Instituto Nacional de
Ciencias Penales para asistir a cursos sobre criminología.
Todo saber es bueno, pero institucionalmente ¿en qué lógica entra todo esto? Si
las circunstancias exigían nuevas definiciones, ¿por qué no se hicieron con
orden, apegadas a una nueva ley, por qué lastimar a instituciones hermanas?
Así, en este oscuro fin de sexenio, con las cosas tan enredadas y Peña Nieto
sin dar color, las Fuerzas Armadas deben proponer su propio destino, el destino
superior que les concede el ser ultima ratio y someterlo al pueblo para su mejor
determinación.
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