Desconcierto, temor y furia
Luis Linares Zapata
La masiva concurrencia a las urnas y el
recuento de los votos no dio paso a una celebración por la jornada civil vivida
el 1º de julio. La incertidumbre por los resultados de la competencia había
sido trastocada por la tormenta de falsos datos que desparramaron los
encuestólogos. El concomitante manoseo cotidiano de la opinocracia, prediciendo
al inevitable ganador, fue descarado y abrumador. Los aspavientos del aparato
de comunicación entero para calificar el proceso de válido y transparente se
deshilvanaron casi de inmediato. Una lluvia de revelaciones sobre masivas
compras de votos, coacción de votantes y demás parafernalia fraudulenta cayó
sobre los ciudadanos de distintas orientaciones, indiferencias o partidarismos.
Los sentimientos subyacentes por las ilusiones frustradas y las naturales
pasiones desatadas durante la lucha electiva, al no encontrar causes debidos,
han ido sedimentando una densa, pero cierto, enojo colectivo, fácilmente
trocable en furia.
El desconcierto es, posiblemente, el signo
distintivo de estos brumosos días. Las encontradas posturas de los panistas,
aderezadas por el precipitado anuncio (JVM) de su derrota y los actuales
pleitos internos por el liderazgo y la recomposición de posiciones, atizan el
delicado momento de inestabilidad. El movimiento de los jóvenes estudiantes
(#YoSoy132) y conjuntos de adherentes adicionales no han cejado en sus
reclamos. Las calles están siendo llenadas con miles de esos descontentos y sus
voces son claras: no a la imposición de Peña por los grupos de presión, en
especial por el duopolio televisivo y no, al regreso del PRI. Cualquier
acontecimiento adicional que sobrevenga catalizará este nervioso caldo de
cultivo.
Las evidencias de la compra masiva de votos
se consolidan y se particularizan los mecanismos al través de los cuales se
llevó a cabo la delictiva operación. El tránsito de las denuncias y pruebas
adosadas –recabadas por los opositores– a la verdad legal, será un delicado
proceso. Se acrecientan las dudas sobre la capacidad institucional para
responder a la presión que se viene acumulando con el paso de los días.
Simplemente se desconfía del veredicto que tanto el IFE como el tribunal
(TEPJF) dictaminen con apego a un derecho relleno de justicia. La anulación o
la invalidez de la elección serán, sin duda, solicitadas por la coalición de
izquierda (AMLO). Hay en tal postura no sólo el derecho, sino la obligación de
defender, hasta las postreras consecuencias, el millonario voto conseguido en
las urnas de manera limpia y consciente. El PAN no se unirá a la izquierda en
su litigio y seguirá una ruta lateral de reclamos, pero sin la belicosidad que,
en estos menesteres, hace falta mostrar sin titubeos. La legitimidad y la
valentía de los organismos para plantear, si fuera el caso, la nulidad o la
invalidez de la elección, no son valores que se les reconozca. No los ganaron
previamente ni tampoco los han siquiera intentado rehacer y menos aún
conquistar. Se apegarán, en sus dictados, a interpretaciones restringidas de
sus deberes y para lo cual la ley actual les facilitará la tarea. Es posible
que, en posteriores acuerdos, se impongan multas y castigos a los infractores,
pero no pasará de eso. Ante tal panorama, ya bien captado por los inconformes,
la furia acumulada ojalá dé paso a movilizaciones permanentes. Será, en el
correcto sentido social, una despresurización y canalización de la energía
contenida que, de varias maneras, incidirán en el margen de maniobra del futuro
gobierno.
Elevando un tanto la mirada, ¿qué es lo
aguarda más allá del venidero conflicto? La formación de un gobierno
exclusivamente priísta está a la vista y los preparativos para su instalación
avanzan de manera paralela sin detenerse en escollos molestos. Los grupos de
presión se han cerrado por completo para garantizar, con su influencia difusiva
y su peso político sobre PRI y PAN, la ruta ya marcada. La continuidad ha sido
la consigna que han proclamado como prometedor destino nacional. De ahí la
urgencia de legislar sobre las llamadas reformas estructurales, es decir, la
laboral y la fiscal, la energética entrará en una zona de peligros inminentes.
Las intenciones de actuar con rapidez se
constatan también en la cascada de felicitaciones de mandatarios externos
asumiendo el triunfo de Peña. Allá arriba, en las cúpulas doradas, el reparto
de prebendas, posiciones burocráticas y cotos de poder, sigue un curso plagado
de voracidades y pasiones. El señor Enrique Peña Nieto, con su cortedad
probada, quedará sitiado por una formación sui generis: en el círculo
íntimo actuarán, con plenos poderes y libertades, personajes bien conocidos por
su formación tecnocrática neoliberal y entreguista. En un segundo plano,
subordinado al primero, lo rodearán priístas de viejo cuño, maniobrando como de
costumbre, dada su conformación atávica para negociar todo tipo de asuntos para
provecho propio. El horizonte resultante de este amasijo no será otro que una
nueva puesta en escena (modernizadora la llaman) de la misma tragedia nacional
ya bien conocida durante los pasados 30 años: inseguridad creciente,
desigualdad galopante, privilegios al gran capital, empobrecimiento de las
mayorías, ralo crecimiento y pérdida de soberanía.
No hay de otra. Eso, al parecer, escogieron
ahora los votantes y eso tendrán si los ciudadanos dejan a los ganones de
siempre alzarse con tan preciado botín.
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