Días de gloria
Porfirio Muñoz Ledo
Así en las grandes tragedias como en los renacimientos hay momentos de gracia
que suelen modificar el curso de los acontecimientos. Revierten escenarios que
parecían consolidados y abren caminos para lo inesperado. Representan una toma
de conciencia histórica de la sociedad o al menos de sus estamentos más
lúcidos.
Esa es la categoría de los fenómenos que estamos viviendo en México a partir de
la irrupción de los jóvenes en el escenario político, que el propio candidato
presidencial de las izquierdas llamó “días de gloria”. Observadores nacionales
y extranjeros piensan que, a pesar de las contradicciones evidentes entre las
aplanadoras publicitarias y la emergencia del rechazo popular, nunca se había
visto al movimiento progresista tan cerca de llegar al poder desde su
surgimiento en 1988.
Parece claro que se ha esfumado del todo la posibilidad de prolongación en el
poder de gobiernos panistas. Su ciclo está cerrado por mucho tiempo y hasta Fox
hace el llamado a romper filas. Por otra parte se antoja altísimo el costo de
una vuelta al antiguo régimen por la vía del aparato coercitivo del voto o la
intentona de un fraude electoral, en dirección opuesta a una creciente
movilización social. Si ésta se amplia y consolida, resultaría inverosímil que
las urnas funcionaran en un sentido diferente a la voluntad expresada
mayoritariamente por la gente.
La prensa internacional da hoy cuenta de una extendida conciencia pública en
nuestro país a favor del cambio y se habla inclusive de un “veto social” contra
la restauración. Se pone de relieve la historia de los últimos veinticinco años
durante los cuales se logró reajustar un presidencialismo exacerbado y
desmontar un sistema de partido hegemónico pero no se alcanzó a construir un
nuevo régimen político, con grave deterioro de las instituciones públicas y
enormes estragos en el tejido social.
La “primavera mexicana” equivaldría a una informalización del voto; una suerte
de “sufragio a voz alzada” que desnuda la impostura de la propaganda y vuelve
casi innecesario el secreto comicial. Es la emergencia de la llamada
“democracia líquida”, que ha desbordado instituciones endebles y acartonadas
pero carece de la fuerza articuladora para derrotar a los poderes fácticos.
Una sociedad con capacidad para exigir, vetar y proponer, pero carente de
instrumentos para reconstruir el andamiaje institucional del país. La reedificación
de la polis a partir de las redes sociales es una tarea de excepcional
envergadura que sobrepasa con mucho la rotación de los mandos políticos. Los
gobiernos que surgiesen de esa mutación esencial no podrían prescindir en
adelante de formas novedosas de participación social en la conducción de los
asuntos públicos.
La coincidencia central del movimiento es elocuente: el rechazo a la imposición
televisiva de una candidatura, el empoderamiento del ciudadano por la
información y en consecuencia la reforma del sistema de comunicación social. En
pocos días he recibido centenares de solicitudes para dar a conocer el proyecto
de reforma en materia de Radio y Televisión que presenté en esta legislatura y
que pretende otorgar un sólido fundamento constitucional a la libertad de
expresión y al derecho a la información.
No se trata solamente de la apertura de terceras o cuartas cadenas ni del
funcionamiento imparcial de los sistemas de licitación, sino de definir las
telecomunicaciones como un servicio público. Lo esencial es la autonomía
efectiva de un órgano regulador ciudadanizado que disuelva las complicidades
entre los gobiernos y los concesionarios y supervise el cumplimiento de los
principios y el respeto a los valores que la propia Constitución establezca.
Las frecuencias deberían ser distribuidas de modo equilibrado entre entes
públicos, empresas privadas, instituciones académicas y organizaciones
comunitarias y ninguna entidad podría disponer de más del 25% del espacio
radioeléctrico. Sólo mediante la modificación de la Ley suprema podríamos
demoler los “telefundios” que, como en su tiempo los latifundios, expresan la
concentración de todos los poderes. Construyamos desde ahora la agenda orgánica
de la nueva democracia.
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