No hacer al otro lo que
no queremos que se haga a nosotros
María Teresa Jardí
Lo prometido es deuda y más vale tarde que nunca, como sabiamente suelen decir
lo certeros refranes.
Es claro que detrás de los casos de los altos mandos del Ejército nacional
arraigados por Felipe Calderón, se dan varios objetivos igual de perversos. Por
un lado se desprestigia hasta lo inaudito al Ejército nacional, el único
Ejército mexicano constitucional; por el otro se hace subir a la Marina, mucho
más servicial con los yanquis y entreguista a modo de la derecha, que no quiere
soltar el poder ante la amenaza certera de que va a ser juzgada como genocida y
a manera de un elemento más electorero de intervención en las campañas para
imponer, vía el fraude, a que mejor garantice los interese aquí de la mafia
política y allende el Bravo de Obama que también quiere reelegirse.
Pero además el caso del general Ángeles unido al del general Rebollo, da, me
parece, para hacer el planteamiento al que quiero referirme.
Más allá, creo que también hay que decirlo, de que en el caso del general
Ángeles hayan saltado, casi de manera inmediata a su detención, algunas dudas
con respecto a la elección de su abogado por ejemplo. Elección que podría
deberse simplemente al odio que los hermana o al desprecio que sentimos otros
por García Luna. Ahí es donde yo ubico también a los periodistas, que están
realizando la función investigadora, que el ministerio público se niega a
llevar a cabo, porque se lo impiden los claros nexos que saltan entre los
criminales y la clase política, contaminada desde el más alto nivel hasta los
sótanos. Periodistas, algunos, que a ratos toman como fuente a ese mismo
impresentable abogado también del cardenal Sandoval, en el Estado de Jalisco.
Y más allá de la foto exhibida, a manera de probar la cercanía que al parecer
tenía el general Ángeles con el recién asesinado presumiblemente en un ajuste
de cuentas de la narcopolítica, Acosta Chaparro, de tan triste memoria para
familiares de asesinados y para los por ese impresentable seres humanos
torturados, justamente para despertar en la sociedad la duda.
Más allá de eso que, a final de cuentas, no es determinante y puede tener
explicaciones convincentes y sencillas. Y más allá de que los testigos
protegidos por los yanquis ya se sepa que no confiables. Es claro que los nexos
con el narcotráfico se evidencian en las fortunas inexplicables. Fortuna que no
le pudieron probar que tuviera al general Gutiérrez Rebollo. Y que no parece
que vayan a poder probarle tampoco tener al general Tomás Ángeles.
Y siendo muy graves los delitos denunciados como cometidos por el general Ángeles
contra el general Rebollo y de su familia, entre los que se encuentra
justamente el de fabricación de un inocente, convirtiéndolo en culpable, por lo
que debería pagar sin duda. Convencida he estado, a lo largo de mi vida, de que
nadie debe pagar por lo que quien tiene el monopolio de la fuerza y la
procuración y administración de Justicia, no le pueda demostrar cabalmente y
con pruebas contundes que hizo.
La fabricación de culpable es un crimen atroz. Tan atroz como la desaparición
de personas y como las ejecuciones extrajudiciales. Es un delito, como los
otros dos, que no sólo acaba con la vida de la víctima. Lo que de suyo por sí
solo es muy grave. Es un delito atroz comparable a la tortura con el que se
humilla a un ser humano, a sabiendas que esa persona no hizo aquello por lo que
se le acusa. Es un delito atroz, con el que se afecta el contorno familiar de
la víctima en muchos casos de manera irreparable. Un delito atroz, con el se
afecta, como con las ejecuciones y con las desapariciones, al conjunto de la
sociedad porque con él se contribuye también a rasgar el tejido que permite la
vida con tranquilidad y con dignidad y porque se usa para generar el miedo al
otro de que en el país donde se usa como castigo de que todo a cualquier ser
humano le puede pasar IMPUNEMENTE.
Más allá de que la lealtad al poder civil por parte de los altos mandos
militares del único Ejército constitucional, que es el Ejército nacional, haya
sido sin duda una virtud. También es una condena. Y me parece que el caso de ambos
generales unidos tendría que dar para que en el futuro, tampoco los militares
no pongan ninguna orden por encima de la ética. Una cuestión también de
inteligencia: no hacer a alguien lo que no queremos que se haga a nosotros.
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