La ética como soberanía, iglesias y
elecciones
Bernardo Barranco
Diferentes colectivos religiosos presentaron,
este martes, un pronunciamiento ético de iglesias frente al proceso electoral
de 2012. El Observatorio Eclesial, uno de los organizadores de la iniciativa,
alertó que México vive una situación de emergencia nacional. Me llama la
atención que diversos discursos religiosos sobre las elecciones estén
enfatizando en la recuperación social de la ética ante el ejercicio y práctica
de la política que ha venido erosionándose, perdiendo valores y que fácilmente
cae en la mentira, la hipocresía y la simulación. El deslinde del ex presidente
Vicente Fox es claro ejemplo de un político con moral filibustera. Para la
opinión pública la clase política es la que posee el menor índice de
credibilidad, los políticos son sinónimos de corrupción, engaño y mezquindad.
Hay una clara tensión de valores entre los actores políticos que aspiran
conquistar la Presidencia. Hablar de la relación entre ética y política es ir
más allá del bien y el mal; es, ante todo, siguiendo a Hegel, una vocación de
servicio desde la responsabilidad social.
Los valores como referentes básicos orientan
el comportamiento de la vida cotidiana, tienden a hacer a la persona más
humana, van conformando los principios socialmente aceptados y socialmente
practicados. En ese sentido, la ética en la dinámica compleja de una sociedad
es un acervo codificado de valores que se gestan en la cultura y en las
religiones para otorgar sentidos a las normatividades jurídicas y políticas.
Parafraseando a Albert Camus: un político sin ética es una bestia salvaje que
conduce nuestros destinos.
La jerarquía católica, si bien mostró músculo
al convocar a los cuatro aspirantes a su asamblea plenaria, vivió el inicio del
proceso electoral con cierta incomodidad. Recordemos los copiosos temores
políticos electorales en la opinión pública ante la visita del papa Benedicto
XVI en abril pasado, justo cuando recién se iniciaban las campañas. Después,
los obispos mexicanos se aplican a enderezar posturas, y ponen el acento en la
dimensión ética en su mensaje con motivo del proceso electoral de 2012. En el
texto afirman que hay que construir ciudadanía con ética, por ello se requiere
que todos observemos un orden establecido por normas, un orden que se requiere
respetar. Por tanto, la ética permite renovar la vocación de ser personas, de
cultivar y difundir en la sociedad las virtudes morales y sociales. Algunos
otros obispos han pasado de las grandes frases a señalamientos concretos. Por
ejemplo, Raúl Vera, obispo de Saltillo, acaba de advertir a los fieles no caer
en la corrupción que significa las dádivas con dinero y despensas a cambio de
comprometer el voto. Vera reconoce las enormes carencias de la población y se
lamenta de que los procesos electorales, en lugar de fortalecer a la ciudadanía,
los partidos la manipulan. Éticamente, concluye, la compra y la coacción del
voto es inaceptable: “‘Corromper el voto significa hacerse cómplice de
derramamiento de sangre’, advirtió” (La Jornada, 5/6/12).
Con otra motivación, monseñor Felipe
Arizmendi, obispo de San Cristóbal de las Casas, pide a la feligresía razonar
su voto afinando la mirada crítica en torno de los candidatos: Quiénes
son, qué han hecho en su vida, qué valores practican, qué experiencia tienen,
cómo son sus reacciones, cuál es su actitud ante la familia, ante la vida, ante
la religión. ¿Son honestos? ¿Hay estabilidad en su hogar? ¿No se han
enriquecido ilícitamente?... Que nuestra decisión no se incline por los
atractivos de los discursos y las promesas de campaña. Ni siquiera hay que fijarse
mucho en los partidos, pues ahora sólo sirven como un trampolín para ser
nombrados candidatos. Fijémonos más bien en la persona misma de los candidatos
y de sus colaboradores(CEM, 3/6/12). Los obispos de Chiapas, en exhortación
pastoral sobre el proceso electoral (9/5/12), insisten en “mirar a los
candidatos y referirse a ellos como personas dignas de todo respeto, empeñados
también en construir el bien común… Que no sea el criterio fundamental proponer
sólo a quien tiene más posibilidades de ganar, pues la popularidad no es
garantía de buen servicio” (CEM 9/5/12).
Además de las creencias, las iglesias son
instancias tutelares de los valores. Son su materia prima, aunque muchas veces
la moral que ellas proclaman no sea cabalmente aceptada por la sociedad,
especialmente en el ámbito de la sexualidad. También es cierto que la agenda
moral de las Iglesias se ha venido politizando y ha crispado otras coyunturas
electorales. Los temas como aborto, uniones homosexuales y otros, los actores
religiosos los han matizado en el presente proceso; es de agradecerse, quizá
los obispos siguieron la línea moderada seguida por el tono de los discurso de
Benedicto XVI en nuestro país. Gran parte de los obispos se han alejado del
tono provocador e intransigente de las orientaciones pastorales sobre el voto
del cardenal Rivera, que publicó en febrero de este año y alzó acaloradas
polémicas, pues excluía aquellos políticos y candidatos que no se apegaran a
las sagradas escrituras que no defendieran la vida y la libertad religiosa.
Incluso la propia arquidiócesis ha flexibilizado posturas y ahora califica de fresca,
la irrupción universitaria en la escena política; aunque con jiribilla frente a
Mancera, pide a sus feligreses no hacer caso de las encuestas para el momento
de sufragar. Coincido, la inesperada presencia de indignación de los jóvenes
frente a las manipulaciones político-electorales de los medios, como el caso de
la comparecencia de Peña Nieto en la Ibero, inhibe comportamientos
mediáticos perversos como los que vivimos en 2006. La irrupción universitaria
en el proceso obliga a los poderes fácticos a actuaciones menos facinerosas que
en otras contiendas.
Sin embargo, muchas iglesias no practican con
el ejemplo. Hay simonías electorales de católicos y evangélicos. La sociedad
justa es la base de la ética cristiana subyacente en los derechos humanos,
donde la verdad encauza al bien. Quizá resuena la filosofía política de Suárez,
el jesuita que en los albores del siglo XVII sostuvo que Dios entrega la
totalidad de la soberanía en el pueblo y el pueblo la delega en otra autoridad.
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