Descomposición en el Vaticano
EDITORIAL DEL DIARIO LA JORNADA
En lo que va de este año, el Vaticano se ha
visto sacudido por filtraciones de documentos confidenciales que hacen
referencia a asuntos tan sórdidos como corrupción y malversación de fondos o
complots para envenenar al actual pontífice. Como resultado de tales
escándalos, la semana antepasada fue destituido Ettore Gotti Tedeschi, hasta
entonces presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), conocido
popularmente como El Banco Vaticano; el mayordomo de Benedicto XVI, Paolo
Gabriele, se encuentra detenido como sospechoso de haber filtrado los
documentos, y la posición política del cardenal Tarcisio Bertone, secretario de
Estado vaticano, se ha visto severamente debilitada de cara a la sucesión de
Joseph Ratzinger, en tanto cunden rumores sobre una eventual renuncia del
pontífice, de 85 años, a su cargo.
Precedidos por una masa de denuncias y
señalamientos sobre los abusos sexuales perpetrados por integrantes del clero
católico en decenas de países, tales escándalos son sintomáticos de la
descomposición que afecta a la dirigencia mundial del catolicismo en lo que
parecen ser las postrimerías de la gestión papal de Raztinger. Por una parte,
las filtraciones permiten entrever una enconada disputa por el poder ante la
próxima sucesión pontificia, para la cual el candidato más fuerte parecía ser
el cardenal Bertone, impulsado por el Papa actual; por la otra, es claro que la
milenaria opacidad de los asuntos vaticanos, el sofocante autoritarismo que
caracteriza la estructura de poder de la Iglesia católica, así como el
inocultable alejamiento de Benedicto XVI de las realidades sociales
contemporáneas, han confluido en una crisis de consecuencias inciertas para la
más antigua institución religiosa de Occidente.
De golpe, los asuntos palaciegos de Roma
parecen experimentar una regresión a la sordidez que caracterizó al Vaticano en
sus periodos históricos más turbios, como elSaeculum obscurum o
pornocracia, que transcurrió en el siglo X, o la era en la que las familias
Borgia y Medici se alternaron en el trono de Pedro (siglos XV y XVI), en los
que la intriga palaciega era la manera habitual de implantar y destruir
pontificados.
Pero tal regresión es sólo aparente. En
realidad, la máxima cúpula del catolicismo no ha actualizado en siglos sus
lógicas institucionales ni sus mecanismos de formación de autoridades;
simplemente, en el curso del XX se limitó a aplicar unas y otros en forma
mínimamente decorosa. Pero las estructuras básicas del poder vaticano
constituyen un anacronismo que entra en conflicto, obligadamente, con una ética
contemporánea dominada por los valores de la democracia, la pluralidad, la
diversidad, la tolerancia, la transparencia, la participación y la rendición de
cuentas, entre otros. Por ello, el papado resulta, en el contexto del siglo
XXI, un reducto del medievo que es campo fértil para las conjuras soterradas,
los rumores malintencionados y los golpes palaciegos.
La crisis actual, marcada por lo que parece
ser un goteo de documentos confidenciales hacia la opinión pública, así como
por una percepción de descontrol y caos, muestra también la acuciante necesidad
de modernización y de actualización que experimenta el Vaticano, no sólo en sus
mecanismos de acceso al poder, de sucesión y de resolución de conflictos, sino
también por cuanto hace a las concepciones teológicas y pastorales anacrónicas,
arbitrarias, misóginas y reaccionarias cuya persistencia se ha traducido en una
grave pérdida de feligresías en el curso de décadas recientes.
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