¿Puede AMLO hacerlo?
León Bendesky
Entre los analistas del sector privado,
sean de las organizaciones empresariales, los bancos que operan en México o los
de afuera, los organismos internacionales o las empresas calificadoras de la
deuda, la situación de la economía se describe, consistentemente, como muy
sólida.
Un informe reciente de
Standard and Poor’s (S&P Credit Week, 2 de mayo 2012) ilustra muy bien esta
visión compartida: los números apuntan a un muy benigno escenario
económico interno para un año de elecciones. Esperamos que quienquiera que gane
la elección presidencial mantenga una gestión macroeconómica cautelosa. Y
remata señalando que en los pasados 15 años han observado un compromiso de
Hacienda, el Banco de México y el Congreso con políticas económicas prudentes.
Este es el punto de
vista convencional sobre el desempeño de la economía mexicana durante más de
una década. Se basa en la consecución de un entorno de estabilidad
macroeconómica, con bajos niveles de déficit fiscal y de inflación.
Entonces, se cuestionan
los analistas de S&P, es desconcertante por qué la economía no ha
crecido más rápidamente y por qué la productividad se rezaga con respecto a
otros países de América Latina, especialmente cuando el país cuenta, según
dicen, con un sector manufacturero de clase mundial.
El desconcierto sobre el
muy bajo crecimiento promedio de la economía mexicana no sólo en los últimos
15, sino 30 años, no es una manera seria de plantearse las cosas, sobre todo
entre especialistas tan socorridos como los del informe antes señalado.
Este es un tema sin duda
relevante y se extiende más allá de los asuntos meramente económicos, que los
hay de sobra, y se extiende de modo amplio a una consideración inseparable del
entorno institucional, legal y político prevaleciente en México. Pero, en todo caso,
una cuestión clave tiene que ver con la dicotomía entre la estabilidad y el
crecimiento.
Por otro lado, incluye
igualmente la noción que parece un poco extraviada sobre el sector industrial
del país, que dista mucho de ser de clase mundial. Una parte de la industria
está, eso sí, muy bien articulada con la demanda de sus productos en Estados
Unidos, pero no con la producción y el financiamiento internos, ni con el
empleo. Tanta superficialidad no ayuda.
Sería de esperar que la
situación económica fuera un tema clave en el debate económico electoral. Sin
embargo, los candidatos del PRI y el PAN no consideran necesario explicitar su
posición al respecto; sus posturas son de índole general y más bien vagas. El
hecho de que así sea dice ya mucho del modo como actúan los que quieren
gobernar, pero también de los ciudadanos que reciben y procesan los mensajes.
En este campo, AMLO se
comporta de manera distinta. Adoptó, primero, una práctica sana: decir con
quiénes armará su equipo de gobierno, un señalamiento sin duda relevante por la
información que provee y que favorece la transparencia.
Ha sido más claro que
sus contrincantes. Y lo ha hecho también entre aquellos que hace seis años se
opusieron férrea y activamente a su candidatura a la Presidencia: los empresarios
con más poder. Ha dicho lo que piensa hacer, entre otros, con los ejecutivos de
finanzas (IMEF) y los industriales reunidos en la Concamin. Los puntos que se
destacan abarcan aquellos que exigen la promoción activa de una nueva etapa de
crecimiento productivo y menor desigualdad social. Son distintos en su
selección y tratamiento con respecto a los otros candidatos. Sí hay maneras
distintas de hacer política. La información de estas comparecencias es pública.
Se sabe, pues, qué
quiere hacer, cómo piensa en principio hacerlo y con quién. Esto último no es
irrelevante y los personajes involucrados son ya públicos. Todo esto es algo
significativo en un sistema que sigue siendo bastante autoritario en la forma
de gobernar, de legislar y de regular los asuntos políticos y económicos del
país.
Vuelvo al reporte de
S&P. Dicen que con AMLO esperarían una mayor volatilidad del mercado que
con los otros candidatos. Eso aun cuando admiten que su retórica se ha
movido hacia el centro. Pero indican que su partido no tiene una marca en
cuanto a gobernar a escala nacional y, sobre todo, detestan la persistente
negativa memoria de su comportamiento rebelde tras la elección de 2006. Los
prejuicios son, sin duda, útiles y muy pegajosos y se propagan sin comedimiento
alguno. Sirven para alimentar la visión ya muy gastada del candidato mesiánico
que tan buen servicio ha dado a sus promotores.
Pero hay más. De manera
más bien cándida, dice el mismo reporte que un factor que puede explicar el
panorama poco dinámico de la economía es el hecho de que México no ha pasado
por una transición política que incluya a una izquierda pragmática a
escala presidencial, como ocurrió en los casos de Brasil, Chile, Perú o
Uruguay, donde eso provocó una diferencia en la confianza de los
ciudadanos en el Estado y el mantenimiento de las reglas del juego. Pues
señores S&P sean cuando menos consistentes en sus propios análisis.
Pongamos sobre la mesa
la pregunta siguiente: ¿Puede AMLO hacerlo? Sí. Puede modificar de modo inicial
pero duradero un entramado social en el que la economía está atorada, y donde
la estabilidad macroeconómica –convertida en un fin en sí misma y no en un
objetivo claro de política pública– previene, más que alienta, el crecimiento.
Puede un hombre con su historia (que la tienen igualmente los otros) y su
concepción de la nación dar un paso adelante en la modernidad política de este
país.
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