El día que todo México gritó en la Ibero
Víctor M. Toledo
Permítanme partir de una premisa
obligatoria y sencilla que surge como respuesta a una pregunta nodal: ¿Si todo
ciudadano mexicano tuviera acceso a la misma calidad de conocimiento que los
estudiantes de la Universidad Iberoamericana (Uia) habrían reaccionado de
manera similar a como lo hicieron durante la visita del candidato del PRI a su
campus central de la ciudad de México? La respuesta es rotundamente afirmativa.
Y más: si todos los ciudadanos del país tuvieran la conciencia de los
estudiantes de la Uia ya se habría gestado una revolución civil, como sucedió
en Islandia, Egipto o Túnez.
De ese tamaño es la
situación que el país vive y sufre y de esa magnitud debería ser la respuesta
ciudadana a tantos años de corrupción, autoritarismo e injusticia. Si en México
no se ha dado una revuelta civil masiva, pacífica y radical es porque existen
numerosos mecanismos que anestesian, atemorizan, subyugan y/o enajenan el
pensamiento y la razón de los ciudadanos de todas las clases sociales. Porque
la corrupción ha infectado todos los ámbitos de la vida social y política, ha
empobrecido y anulado la convivencia social y ha neutralizado la acción
colectiva para resistir, criticar y cuestionar.
Los culpables no
solamente son las elites económicas, judiciales o mediáticas, también las
políticas. Los partidos, no importa de qué color sean, son hoy verdaderos nidos
de corrupción y mediocridad. Lo que llama la atención es que la indignación,
ésa que crece por todos los rincones del mundo, haya surgido de los jóvenes de
una universidad privada.
En México cuatro cinco
partes de la educación superior es pública. En general, las universidades
privadas, a pesar de las becas, siguen siendo una oferta exclusiva de las
clases media alta y alta.
Formado y educado en la
UNAM, con más de cuatro décadas como investigador y profesor en la máxima casa
de estudios, mis relaciones con las universidades privadas han sido harto
frecuentes. Contra los prejuicios de siempre, el sentido común me fue abriendo
el espíritu hacia esas universidades que se suponía estaban en la trinchera
contraria.
En 1999 al recibir el
premio de ciencia del Tecnológico de Monterrey (ITESM) quedé gratamente
sorprendido de la calidad humana y profesional de sus profesores y autoridades.
Igualmente me deslumbraron sus programas de educación a distancia, su
infraestructura técnica y un cierto humanismo expresado de muchas formas. Mi
principal relación ha sido, sin embargo, con la Uia, en cuyo campus de Puebla
he sido profesor de posgrado por casi una década, asesor científico y
conferencista, y donde he cultivado amistades largas y profundas.
El acto que tuvo lugar
el 11 de mayo (M-11) en el campus central de la Uia mueve a la reflexión porque
pone en duda varios lugares comunes. Como ha sucedido en el pasado, y
especialmente en 1968, los jóvenes reaccionan cuando su rebeldía y su enorme
fuerza juvenil son encauzados por la información veraz, la educación de calidad
y el compromiso social. Si Chile fue el último ejemplo de lo anterior, México
comienza a serlo, y esta vez los estudiantes de la Ibero se
han puesto a la vanguardia. ¿Estaremos ante un nuevo desbordamiento juvenil
como en el 68? ¿Estará surgiendo una nueva generación de indignados mexicanos?
Termino cuestionando un
mito enraizado en el imaginario político de la izquierda. En un mundo
globalizado con acceso a información casi infinita mediante las nuevas
tecnologías de la comunicación, un individuo puede adquirir conciencia (social,
política, ambiental) de forma independiente a su estatus o clase. Esto lo he
confirmado en las numerosas batallas ambientales en donde quienes participan se
comprometen por igual al trabajo común no importa que sean campesinos,
empresarios, universitarios, ganaderos, sacerdotes, funcionarios de gobierno,
consultores o representantes indígenas.
La toma de conciencia es
un mecanismo iluminador irreversible que vuelve a todos ciudadanos del planeta.
Que los privilegiados estudiantes de la Uia tengan esa capacidad para asumir
posiciones críticas, habla bien de sus profesores y también de sus autoridades
jesuitas. Porque el conocimiento induce el análisis y recobra la memoria de un
individuo y de una sociedad, esa comunidad académica está comenzando a
sintonizarse con el alma dañada del país. El M-11 es ya un ejemplo que
enorgullece. México gritó mediante las voces de los jóvenes.
P.D. Invito a leer este
magnífico texto de un estuiante de la Uia:http://liliia.tumblr.com/
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