domingo, febrero 19, 2012

Compromisos del movimiento popular con las culturas originarias : Jorge Canto Alcocer



Compromisos del movimiento popular con las culturas originarias
Jorge Canto Alcocer


El último acto de la precampaña de Andrés Manuel López Obrador, el pasado 15 de febrero en Oaxaca, estableció, con una claridad pocas veces alcanzada en la historia reciente de la izquierda mexicana, el compromiso del movimiento popular con las culturas originarias de este país.
Cuando Andrés Manuel exclamó: “voy a ser guardián, voy a proteger las tierras comunales y las tierras ejidales de las comunidades y de los pueblos indígenas”, puso el dedo en una de las más crudas y dolorosas llagas que hoy nos conmueven: el vil despojo, el robo en despoblado que sufren miles de comunidades indígenas en todas las regiones de nuestra nación, un proceso que, iniciado hace casi 250 años, está poniendo en riesgo como nunca antes la viabilidad y sobrevivencia de las más de 60 culturas antiguas que hasta hoy de manera heroica constituyen una de las más grandes riquezas de multiculturalidad en el mundo.
Lo que no logró la cruel invasión española del siglo XVI ni los tres siglos de explotación colonial; lo que no logró la barbarie del imperialismo decimonónico y la perversidad del porfiriato, su aliado incondicional; lo están logrando ahora el salvajismo del capitalismo posmoderno, el desastre económico provocado por el neoliberalismo y la brutal expansión de la corrupción que caracteriza a los gobiernos derechistas.


En nuestra región, el despojo de tierras fue relativamente detenido por la férrea resistencia maya, que encontró en la llamada “Guerra de Castas” y en el socialismo carrillista de la Revolución Mexicana dos de sus hitos fundamentales, pero se ha disparado en la última década, con el mafioso contubernio de autoridades y capitalistas, particularmente durante el desastroso gobierno de Patricio Patrón Laviada.
Hoy en día, miles de campesinos milperos, ahorcados por la debacle económica, están siendo obligados por el hambre a rematar las tierras heredadas de sus abuelos, en un proceso que, además de precipitarlos a la ruina, amenaza peligrosamente la sobrevivencia misma de su milenaria cultura, al socavar los cimientos y destruir el complejo maíz-milpa-tierra en el que está anclada desde hace más de tres mil años.
Así como ocurre en Yucatán, en todo México cientos de miles de agricultores indígenas se ven obligados por las deplorables condiciones económicas a enajenar las tierras, base de su sustento y de su cultura, en beneficio de unos cuantos terratenientes.
Preciso es recordar que el proceso de contrarreforma agraria fue iniciado durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, habiendo alcanzado su mayor desarrollo durante el foxismo y la usurpación, períodos en los que la corrupción agraria ha crecido desmesuradamente, en tanto que la miseria y la marginación han alcanzado también niveles de escándalo.
Lejos de las simulaciones que suponen las declaratorias de “maravillas del mundo” y del manejo mercadológico e irrespetuoso de las creencias indígenas –como el supuesto “fin del mundo” en 2012-, Andrés Manuel López Obrador y el movimiento popular reivindicaron en el emblemático acto del pasado 15 de febrero las causas culturales, sociales y económicas de los pueblos antiguos de México. Y es que la transformación de nuestro país necesariamente tiene que incluir de una vez y para siempre la aceptación y promoción de nuestra multiculturalidad como pilar fundamental para un desarrollo justo y equitativo. Desde la indómita Oaxaca, en el epicentro de Mesoamérica, el mensaje de nuestro candidato no pudo ser más claro y oportuno: el verdadero cambio tiene que venir del México profundo, a partir y en beneficio de quienes han sido despreciados y expoliados secularmente. Con el valor y heroísmo de las culturas que han resistido la Conquista, la Colonia y la devastación capitalista, el siguiente paso está en nuestras manos.

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