domingo, febrero 05, 2012

Calderón, ajeno al sentimiento social : Jorge Carrillo Olea



Calderón, ajeno al sentimiento social
Jorge Carrillo Olea
Rarámuris, las víctimas más sufridas


Trescientos ochenta años —1632— han transcurrido desde que los primeros blancos llegaron a la vertiente oriental de la Sierra Madre en territorio de lo que es hoy Chihuahua. La vida, los valores e instituciones tarahumaras fundamentales, la forma de producción y de reproducción de esa sociedad siguen siendo prácticamente idénticos. Poco más de cincuenta mil tarahumaras pueblan desde siempre una región extensa del estado de Chihuahua, aunque poco a poco sus dominios se reducen. Avanza incontenible la frontera agrícola, la deforestación y últimamente la extorsión por el narco. “O siembras lo que te digo y te pago o lo siembro yo”. ¿Y los gobiernos, qué?
Cada vez más marginados, más absorbidos por las peores prácticas de los blancos y mestizos que conviven con ellos y los nombran: chabochis: alcohol, comida chatarra, prostitución, corrupción y el uso tradicional del peyote que abandonando sus rituales ha progresado como droga alucinógena. A estos blancos los creó el Diablo, a ellos los creó Dios, dicen ellos, según sus tradiciones.
La crisis de hambre que hoy los azota no es nueva, aunque ésta es más intensa y ha sido espectacularmente proyectada por la televisión, incentivando el oportunismo de falsos redentores.
Los rarámuris o tarahumaras se mueren de hambre desde principios del siglo XX. Otra vez, su pobreza ancestral y la invasión de los chabochis que todo lo acaparan y explotan. Su paupérrima economía descansa en cultivos de maíz en tierras pedregosas, mínima caza y la producción de artesanías de escaso valor. Su cultura, su sistema de vida los hace difícilmente accesibles a cambios que serían deseables: su religión, su sistema de justicia, sus vínculos sociales, la tenencia comunitaria de la tierra y formas de producción los hace casi impenetrables.


Particularmente la situación se agudizó a partir de los años cincuenta y a ello correspondieron los gobiernos federal y estatal de manera más bien simuladora. La simulación, la gran respuesta nacional para todo, se encargó de ello. El Instituto Nacional Indigenista estableció bases de atención, creó programas y los dotó de funcionarios entregados, convencidos y trabajadores, pero no hubo nunca el auxilio financiero que se debía.
Evidentemente es un problema del que podría decirse que se resiste él mismo a ser solucionado, las comunidades indígenas, aun las ya muy urbanizadas, mantienen tabús verdaderos frente a las formas de vivir y proceder de sociedades contemporáneas. Quieren mantener sus hábitos y tienen una legítima razón, lamentablemente ése es un gran obstáculo para su redención, remedio que a veces ellos mismos rechazan.
Viven y quieren seguir viviendo como siempre, en su simplicidad pero sin hambre, y el mestizo debe encontrar los equilibrios entre la justicia social según su perspectiva y el respeto a la individualidad de esos grupos.
Las políticas sociales en vigor no están funcionando, resultan de un diseño esquemático ante un problema de muy particulares expresiones, por ello cabe preguntarse: ¿por qué se desprecia la preceptiva del Sistema Nacional de Protección Civil? Estamos frente a un desastre, en este caso típicamente socioeconómico y de orígenes hidrometeorológicos.
¿Estamos destinando a esa etnia tan antigua, tan nacional, a su extinción? ¿No querría Calderón ponerse una medalla mejor que su premio de Davos iniciando un programa de rescate integral? El, tan ajeno al sentimiento social podría dar una discreta muestra de lo contrario.

hienca@prodigy.net.m

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