martes, septiembre 06, 2011

Informe de guerra : Sabina Berman


Informe de guerra
Sabina Berman

“Los enemigos de México son los criminales”, reiteró el Presidente en su informe a la nación. Y nadie querrá desmentirlo. El disenso con una parte creciente de los ciudadanos, hartos de la simulación y sus medias verdades, es la identidad de los criminales.
Según el lugar a donde apuntan las armas de fuego del Ejército que comanda, para el presidente Calderón los criminales son los capos del narcotráfico. Pero la estrategia de dispararles directo a las cabezas o capturarlos vivos, ha demostrado ser insuficiente y acaso (nunca lo sabremos de cierto) responsable de escalar la violencia en el país a niveles pavorosos. Veintiún cabezas de capos yacen bajo tierra o están encerradas en cárceles, mientras sus cárteles se han pulverizado en grupúsculos liderados por jóvenes atrabancados capaces de acciones de una estupidez y una crueldad abismales.

No, el enemigo de México no es únicamente el crimen del narco: es también el crimen que recorre el Estado de lo más alto a lo más bajo, y hace bisagra con el otro crimen, el de afuera, propiciándolo y a menudo compartiendo a sus operadores. Los gobernadores y los alcaldes corruptos, las policías y los jueces corruptos, los secretarios de Estado corruptos: los criminales de corbata, a los que el Presidente ni siquiera ha pretendido aplicar la ley, en una suerte de lealtad de clase, pero cuyos expedientes acumula para utilizarlos con fines electorales, un acto de justicia discrecional que es en sí mismo ilícito.



2.

“Siempre hemos estado abiertos a cambiar lo que sea necesario en esta lucha por la seguridad”, añadió el Presidente. Cierto y falso. Siendo que esta guerra se emprendió sin números y sin mapas, sin aprovechar los instrumentos del Estado y sin tácticas paralelas, en algo se ha sofisticado su estrategia a lo largo de cinco años. Pero el Presidente rechaza aún ahora el acto radical que cambiaría la guerra en un instante, la decisión que se discutió en la esfera pública durante los dos primeros años de la guerra, en la academia mexicana y en foros del extranjero: legalizar la droga. “El costo de legalizar la droga sería que aumentaría su consumo”, repitió por su parte, en la semana, el Secretario de Salud Pública. Hay que responderle, otra vez: el beneficio sería liberar al Ejercito del combate a la actividad menos perniciosa para la sociedad y más redituable para el crimen, de forma que pueda dedicarse a combatir los delitos menos redituables pero más crueles. El robo, el secuestro, la extorsión, el asesinato. Cien mil nuevos adictos son un problema de salud; la continuación del destrozo de México, es una tragedia.

3.

“Para pacto, tregua y amnistía con los criminales ya tuvimos demasiados sexenios”, dijo en la semana previa al Informe el presidente Calderón. Otra vez, cierto y falso. Los gobiernos anteriores administraron la criminalidad del interior del Estado y del exterior. Pero un nuevo pacto social no tendría que pasar por la negociación con los criminales, sino por la redefinición de qué es lo criminal y por un combate a la impunidad, como nunca se ha dado en nuestra historia. Al legalizar la droga y perseguir con severidad los delitos que dañan directamente a los ciudadanos, el mensaje sería explícito: transporten droga al Norte, vendan droga a quienes deseen drogarse, pero para quien toque la propiedad o la vida de otro ciudadano, o tome para sí del erario, o extorsione desde el Poder, la retaliación será insobornable y severísima.

4.

“Son más de cien millones de norteamericanos los que consumen o han consumido droga y ellos son también responsables de los crímenes que acá se cometen.” El Presidente lo ha dicho una y otra vez el último mes sin notar la contradicción moral. Si en Estados Unidos cien millones de ciudadanos consumen droga es que hay un acuerdo tácito entre ellos y su gobierno. ¿O si no, dónde pueden esconderse cien millones de consumidores de droga y sus distribuidores? El Presidente tendría que dejar de reclamar a los estadunidenses su hipocresía y respondernos a nosotros sobre su obcecación: ¿por qué diablos nuestros enemigos son los transportistas de la droga de esos cien millones de consumidores felices?

5.

“El debate de la legalización de la droga debe darse en Norteamérica”, palabras del Presidente. “Los mexicanos no podemos unilateralmente legalizarla.” ¿Y por qué no?, eso no lo responde el Presidente. Hasta lo que hoy se sabe, México es un país soberano y nuestros intereses no tienen por qué ser aprobados por los electores o las agencias de seguridad de allende nuestra frontera.

Durante la Prohibición en Norteamérica, tal hizo la provincia canadiense de Ontario: legalizó el alcohol, permitió los viñedos y las destilerías, y una flota llevaba por los lagos fronterizos millones de botellas de ron a Estados Unidos: el alcohol se convirtió en su mayor exportación y nada le ocurrió a Ontario, más que una bonanza económica.

6.

Y a pesar de la guerra, “ha continuado la recuperación económica del país”, afirmó en su Informe el Presidente. Pero las cifras que engloban al sexenio contradicen su dicho y son simples y apabullantes. El Producto Interno Bruto promedia el 1%. El peso se devaluó un 30%. El turismo, antier la tercera fuente de ingresos del país, continúa su desplome. La identidad de la marca México con la atrocidad, en el mundo y dentro de nuestra conciencia colectiva, es un estigma que no empezará a borrarse hasta que esta guerra termine.

7.

“Podremos modificar algunas cosas de nuestra estrategia, pero en lo fundamental no, porque no es una estrategia errada.” El Presidente reiteró en su Informe su determinación y el desconsuelo acudió a muchos rostros, porque pocos creemos que haya una peor guerra que la que se pierde.

Para salir de esta guerra hay dos caminos. Suspendiéndola de forma abrupta, y restaurando el Estado cínico priista, administrador del crimen, de adentro y de afuera del Estado, o emprendiendo una guerra por el acatamiento estricto de la ley, fuera y dentro del Estado. Una guerra que tendría que tener, para ganarse, dos pilares. Un pilar de construcción: cinco años de esfuerzo e inversión para crear policías y jueces aptos y rectos. Y otro pilar de destrucción: cinco años para perseguir las corrupciones de la clase gobernante y los crímenes de los delincuentes sin fuero ni oficina.

Cierto: el enemigo de México es el crimen, pero todo el crimen. Y su combate es la guerra que en México sigue pendiente.

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