martes, mayo 10, 2011

José Antonio Crespo : ¿De verdad no hay alternativas?

José Antonio Crespo
¿De verdad no hay alternativas?


Ante el creciente descontento por la narco-violencia, Felipe Calderón simplifica su argumentación: o se apoya su estrategia o se le entrega la plaza a los criminales. ¿De verdad no hay opciones? Calderón jamás reconocerá su error, pese al nuevo diálogo al que convoca. Su razonamiento es demasiado limitado. Y es que a los diez días de su gobierno, con gran irresponsabilidad, dio marcha a un plan demasiado simple para un problema demasiado complejo, que lo rebasó. Vuelve a decir que esta guerra finalmente se ganará, pero aún no sabemos los criterios de triunfo. Ganaremos, según él, “porque tenemos la razón, la ley y la fuerza”. ¿En serio? Pero si ya ningún bando respeta la ley. Pensar en alternativas sustitutivas o complementarias no es proponer una claudicación, como él insiste. Muchos están incluso de acuerdo con la estrategia de Calderón, pero no con la forma en que fue aplicada; no consultó expertos nacionales o internacionales, no consensuó con los distintos niveles de gobierno ni con el Congreso, ni los líderes de los partidos; no planteó las reformas requeridas en ciertas instituciones, y ahora se queja de que las deficiencias son aprovechadas por los capos, lo cual debilita aún más esas instituciones. Era evidente. Es como haberse lanzado a una guerra convencional y ya en medio de ella preguntar si había parque suficiente, si la pólvora estaba seca, si se engrasaron los cañones, si la tropa fue debidamente entrenada, y que la respuesta a muchas de esas preguntas fuese un rotundo “no”. Calderón no acepta que hay una relación causal entre su estrategia y la espiral de violencia, pero al principio la aceptaba como un costo necesario e inevitable para ganar la partida.

Algunos especialistas señalan que, dado que nuestros recursos son escasos, convenía concentrarse en los delitos más gravosos para la sociedad, como el secuestro y la extorsión, pues la dispersión de fuerzas y la multiplicación de objetivos debilita el esfuerzo. La legalización de la mariguana para fines terapéuticos, como en Estados Unidos, no resolvería el problema, pero bastante ayudaría (por la cantidad de dinero involucrada en ese comercio). Y coincido con quienes han propuesto transformar el Ejército en una especie de Guardia Nacional, especializada en combatir la subversión armada interna (con técnicas adecuadas y respeto a los derechos humanos). El Ejército está entrenado para guerras convencionales (y por eso dicen que cuando sacan las armas, es para usarlas), pero en el siglo XXI no se vislumbra ninguna guerra convencional, ni con Estados Unidos ni con Guatemala. ¿Por qué no mejor crear una fuerza especializada en atender los problemas del siglo XXI y no los del XIX?
También se ha dicho que mientras no se corten las raíces del problema, las ramas volverán a crecer una y otra vez. Y resulta que la raíz no sólo es la prohibición de las drogas, sino la corrupción generalizada en diversos ámbitos del país. Recién dijo Felipe: “Para acabar con (la violencia), tenemos que combatir sus causas y a quienes la provocan”. Se ha enfocado en lo segundo (lo que aviva más la violencia) pero no en lo primero. Una estrategia como la actual jamás podrá triunfar en un país invadido de corrupción. Una cruzada real contra ésta (incluyendo el lavado de dinero, y la limpieza de aduanas) sí hubiera rendido resultados visibles, aunque no inmediatos, y sin la violencia que ahora permea. Pero no se ha hecho porque eso implicaría ir contra la propia clase política, que es intocable. De ahí la crítica de Javier Sicilia a toda la clase política, no sólo a Calderón. Dice Felipe que en esta guerra los mexicanos de bien están en el mismo bando. No queda nada claro, pues las fronteras entre buenos y malos están desdibujadas. Por eso vemos refriegas entre policías de distinto nivel, o policías contra militares. Ni entre ellos se reconocen del mismo lado. Por eso quienes denuncian un delito, peligran. Muchos ciudadanos han caído bajo las balas de policías y militares, no de sicarios (muchas denuncias al respecto hubo durante la marcha desde Cuernavaca al Zócalo). La marcha no cambiará el criterio de Felipe, pero debiera estimular la imaginación y el debate para ver cómo le vamos a hacer con el incendio social que nos dejó Calderón, al querer apagar una fogata con gasolina. Justo al terminar Sicilia su discurso el domingo, las campanas de Catedral empezaron a repicar. Entonces recordé a Heminway: ¿Por quién doblan las campanas? No sólo por los 40 mil muertos de esta guerra, sino por todos nosotros, víctimas potenciales.
cres5501@hotmail.com
Investigador del CIDE

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