martes, septiembre 07, 2010

Guillermo Fabela Quiñones : El pueblo, la víctima principal

Apuntes…
El pueblo, la víctima principal
Por Guillermo Fabela Quiñones


La acusación de la Arquidiócesis de México de que el mexicano se ha convertido en un pueblo corrupto y asesino, debe ser analizada con seriedad y objetividad. Los altos índices de criminalidad en el país no deben atribuirse a la población, sino al marco social y jurídico en que se desenvuelve la vida comunitaria nacional. El pueblo en realidad es la principal víctima de un estado de cosas lamentable, que tiene sus raíces en la ausencia de una verdadera democracia, que inhabilita a la población mayoritaria para decidir el rumbo que conviene seguir. El Estado canalla en que convirtieron a México las elites es el origen de una realidad igualmente canallesca. No podía esperarse otra cosa. Lo absurdo sería lo contrario.
En su semanario “Desde la fe”, la Arquidiócesis de México sostiene que “es una pena que siempre estén preocupados (legisladores, jueces y autoridades federales y locales) por asuntos intrascendentes y banales… sin atender las situaciones humanas que por su gravedad requieren respuestas eficaces y soluciones de fondo”. Ni qué decir tiene que le sobra razón al hacer tales afirmaciones, lo que asombra es la ausencia de una elemental autocrítica, un sincero acto de contrición, porque la Iglesia Católica lleva muchos años preocupándose básicamente por asuntos intrascendentes y banales, lo que ha favorecido una actitud similar de las cúpulas política y empresarial.

El común denominador de todos sus integrantes es la adoración fanática del “becerro de oro” bíblico, en abierta contradicción con la premisa fundamental de las Iglesias Cristianas que es la evangelización, o sea la prédica de las enseñanzas de Jesús que nada tienen que ver con lo material del mundo en que vivimos. En este orden de ideas, el Episcopado no tiene razón al lanzar una acusación tan grave, puesto que no ha contribuido en nada, sino al contrario, para evitar la descomposición social que caracteriza a nuestro país en la actualidad, luego de tres décadas de reinado de una oligarquía feroz, ultraconservadora, cuya deshumanización no tiene límites.
Dicha oligarquía ha encontrado en los altos jerarcas de la Iglesia Católica un aliado natural en vez de un crítico sistemático. Ahora se viven las consecuencias dramáticas de tal situación, ya que la falta de democracia en el país, los altos niveles de corrupción, la injusticia social prevaleciente, pudieron haberse atenuado si la Iglesia Católica hubiera cumplido una verdadera labor evangelizadora en un país donde tiene un incontrastable peso en la estructura social. En vez de actuar con verdadero espíritu evangélico, ha dedicado muchos de sus esfuerzos a cerrarle el paso a quienes se esmeran en luchar contra las causas del atraso y la marginación imperantes, simple y llanamente porque no coinciden con sus convicciones políticas.
Por eso es natural que se den situaciones en el país que rayan en la monstruosidad social, como el asesinato a mansalva de migrantes indefensos, problema que a su vez tiene su origen en la enorme desigualdad socioeconómica que caracteriza a los pueblos latinoamericanos, inducida en gran medida por la necedad de la cúpula del poder estadounidense de no favorecer un sano desarrollo social para seguir explotando impunemente nuestras riquezas naturales, en complicidad con gobernantes espurios hundidos en la corrupción.
Por eso es una inconsecuencia afirmar que el mexicano, “se ha convertido en un pueblo corrupto y asesino”. En todo caso, quienes han escogido el camino del mal ha sido porque por esa senda lo condujeron los malos políticos, los malos empresarios, los malos jerarcas de la Iglesia Católica, todos ellos sólo empeñados en cuidar sus particulares intereses, no en facilitar el bienestar de la población al que tiene legítimo derecho. Al contrario, la experiencia de los últimos treinta años muestra que las elites han dedicado sus principales esfuerzos a demeritar la calidad de vida de las clases mayoritarias, en un grado sin parangón en países de igual nivel de desarrollo que el nuestro. En semejante situación, ¿no es natural que cada vez surjan en el país más firmes condiciones favorables a una extrema descomposición social?
Mientras el pueblo mexicano se debate en una ardua lucha por la sobrevivencia, la elite política se afana por afianzar más poder, como lo demuestra la cotidianidad de sus hechos. En este sentido, tiene plena razón Enrique Peña Nieto al afirmar que “el poder por el poder mismo es una forma de autoritarismo, tiende a reducir las opciones de la gente y lesiona el espíritu de la democracia”, como lo afirmó en su quinto informe de gobierno. Lástima que no se escuche él mismo, pues de poder hacerlo se vería obligado a no buscar el poder por el poder. Tampoco caería “en la tentación de usar a las instituciones públicas para fines particulares o partidistas”, como en realidad lo ha estado haciendo, junto con muchos otros políticos, sin tomar en cuenta las consecuencias sociales de tal modo de actuar.

(gmofavela2010@hotmail.com)

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