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España, México y la inconformidad social
EDITORIAL DEL DIARIO LA JORNADA
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La inconformidad social crece en España. A
las movilizaciones realizadas el pasado miércoles en Madrid por mineros del
norte del país y su entorno social de apoyo, en desacuerdo por los recortes
ordenados en esa industria por el gobierno español, se han sumado, durante tres
jornadas consecutivas, protestas realizadas por empleados públicos y por
ciudadanos en general en contra de las alzas impositivas y los recortes
presupuestarios avalados por el régimen del Partido Popular. Ayer, en Granada,
el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, tuvo que anticipar la
cancelación de un congreso local del PP ante los amagos de nuevas expresiones
de inconformidad en contra de ese partido.
El denominador común de estas movilizaciones
es el repudio social a las desastrosas políticas de ajuste llevadas a
cabo por el gobierno de Mariano Rajoy, cuya aplicación se ha traducido, sobre
todo en las semanas recientes, en liquidación de derechos sociales y laborales;
en ensañamiento fiscal contra los pobres y las clases medias; en una ofensiva
gubernamental contra las actividades productivas –es decir, contra el factor
que genera riqueza en una economía–, y en el encumbramiento de los intereses de
un puñado de grandes accionistas y especuladores.
Dicho rumbo, que se desprende de la
aplicación del dogma neoliberal que ha causado graves daños en países
latinoamericanos como el nuestro, tiene actualmente en España unos de sus focos
de tensión social más acabados, particularmente por el grado de insensibilidad
que ha mostrado el grupo gobernante de la nación europea: desde el anuncio del
mandatario de que habrá ajustes cada viernes, hasta el que se jodan expresado
por la legisladora del PP Andrea Fabra ante la aprobación de recortes en los
subsidios al desempleo, Rajoy y los suyos han dado muestras sobradas de su
disposición a gobernar para los mercados, no para los ciudadanos, y han privado
a la sociedad española de un horizonte inmediato distinto al deterioro de sus
derechos y su calidad de vida, así como de cauces institucionales para
encaminar su descontento generalizado.
En México, por desgracia, la situación no es
muy distinta a la que se vive en el país ibérico: las movilizaciones de
protesta protagonizadas por un sector amplio de la población en repudio a la
candidatura de Enrique Peña Nieto, en conjunto con expresiones organizativas de
la sociedad civil, como la que se llevó a cabo ayer en San Salvador Atenco contra
la imposición del priísta, no sólo son muestras de inconformidad social
hacia lo que se percibe como un intento de subvertir la voluntad ciudadana e
imponer, desde el poder mediático y empresarial, a un aspirante presidencial;
son, también, manifestaciones de rechazo a un ejercicio del poder oligárquico,
autoritario y volcado al saqueo de los bienes nacionales que ha dominado el
país desde hace casi tres décadas, y cuya continuidad ha sido delineada por el
propio político mexiquense, con la enumeración de las reformas
estructurales que piensa enviar al Congreso de la Unión en caso de que se
concrete su arribo a Los Pinos.
En suma, los desastrosos saldos sociales que
arroja el modelo neoliberal donde quiera que es aplicado son componente
ineludible del descontento que recorre países como el nuestro y como España;
una causa principal del crecimiento de la pobreza y del ahondamiento de la
desigualdad, un elemento que incide directamente en la proliferación de
expresiones delictivas y de violencia descontrolada y un factor que impulsa el
reclamo de la ciudadanía por hacer valer el precepto de que las autoridades
deben representar el mandato de la voluntad general, no los intereses de unos
cuantos.
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