martes, junio 05, 2012

Porfirio Muñoz Ledo : Días de gloria

Días de gloria
Porfirio Muñoz Ledo

Así en las grandes tragedias como en los renacimientos hay momentos de gracia que suelen modificar el curso de los acontecimientos. Revierten escenarios que parecían consolidados y abren caminos para lo inesperado. Representan una toma de conciencia histórica de la sociedad o al menos de sus estamentos más lúcidos.
Esa es la categoría de los fenómenos que estamos viviendo en México a partir de la irrupción de los jóvenes en el escenario político, que el propio candidato presidencial de las izquierdas llamó “días de gloria”. Observadores nacionales y extranjeros piensan que, a pesar de las contradicciones evidentes entre las aplanadoras publicitarias y la emergencia del rechazo popular, nunca se había visto al movimiento progresista tan cerca de llegar al poder desde su surgimiento en 1988.
Parece claro que se ha esfumado del todo la posibilidad de prolongación en el poder de gobiernos panistas. Su ciclo está cerrado por mucho tiempo y hasta Fox hace el llamado a romper filas. Por otra parte se antoja altísimo el costo de una vuelta al antiguo régimen por la vía del aparato coercitivo del voto o la intentona de un fraude electoral, en dirección opuesta a una creciente movilización social. Si ésta se amplia y consolida, resultaría inverosímil que las urnas funcionaran en un sentido diferente a la voluntad expresada mayoritariamente por la gente.

 La prensa internacional da hoy cuenta de una extendida conciencia pública en nuestro país a favor del cambio y se habla inclusive de un “veto social” contra la restauración. Se pone de relieve la historia de los últimos veinticinco años durante los cuales se logró reajustar un presidencialismo exacerbado y desmontar un sistema de partido hegemónico pero no se alcanzó a construir un nuevo régimen político, con grave deterioro de las instituciones públicas y enormes estragos en el tejido social.
La “primavera mexicana” equivaldría a una informalización del voto; una suerte de “sufragio a voz alzada” que desnuda la impostura de la propaganda y vuelve casi innecesario el secreto comicial. Es la emergencia de la llamada “democracia líquida”, que ha desbordado instituciones endebles y acartonadas pero carece de la fuerza articuladora para derrotar a los poderes fácticos.
Una sociedad con capacidad para exigir, vetar y proponer, pero carente de instrumentos para reconstruir el andamiaje institucional del país. La reedificación de la polis a partir de las redes sociales es una tarea de excepcional envergadura que sobrepasa con mucho la rotación de los mandos políticos. Los gobiernos que surgiesen de esa mutación esencial no podrían prescindir en adelante de formas novedosas de participación social en la conducción de los asuntos públicos.
La coincidencia central del movimiento es elocuente: el rechazo a la imposición televisiva de una candidatura, el empoderamiento del ciudadano por la información y en consecuencia la reforma del sistema de comunicación social. En pocos días he recibido centenares de solicitudes para dar a conocer el proyecto de reforma en materia de Radio y Televisión que presenté en esta legislatura y que pretende otorgar un sólido fundamento constitucional a la libertad de expresión y al derecho a la información.
No se trata solamente de la apertura de terceras o cuartas cadenas ni del funcionamiento imparcial de los sistemas de licitación, sino de definir las telecomunicaciones como un servicio público. Lo esencial es la autonomía efectiva de un órgano regulador ciudadanizado que disuelva las complicidades entre los gobiernos y los concesionarios y supervise el cumplimiento de los principios y el respeto a los valores que la propia Constitución establezca.
Las frecuencias deberían ser distribuidas de modo equilibrado entre entes públicos, empresas privadas, instituciones académicas y organizaciones comunitarias y ninguna entidad podría disponer de más del 25% del espacio radioeléctrico. Sólo mediante la modificación de la Ley suprema podríamos demoler los “telefundios” que, como en su tiempo los latifundios, expresan la concentración de todos los poderes. Construyamos desde ahora la agenda orgánica de la nueva democracia.

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